Movido por unos demiurgos, símbolos del carácter, o del destino, el protagonista deja sus montañas, su amada y su propio nombre, para luchar contra los mandarines. Lo hará con serenidad, sin dañar en nada a la vida; como solitario, como Eremita sociable que escucha a todos, ortodoxos y heterodoxos, amigos y enemigos del Poder, y queda por eso más allá de todos.
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Un hombre atravesaba el bosque cuando oyó la queja de un ser. "Sigue tu camino, cumple tu destino" -le ordenó la inclinación. Pero el hombre desoyó la voz, porque nada hay superior al ser. "Me detendré ante la criatura, y que espere mi destino, porque nada hay superior al ser". Miguel Espinosa
Edición preparada por María del Carmen Carrión y Juan Espinosa.
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